domingo, junio 19, 2005

Victor Venderosas: El Vendeglobos.


Cuadriculada camisa, sangrientas rosas y borrosos artículos anticonceptivos son ahora los instrumentos de este análogo colega de la venta llamado por quizás sus padres o su cielo: Victor Venderosas; si claro, venderosas ¿No te suena un venderosas? Andan por muchos lados, por los que tu también, estas almas solitarias mugrositas y molestonas, caritas infantiles que de madrugada y sin temores ofertan las llorosas rosas rojas para tu novia, tu pareja, tu zorra, tu platonica, tu free, tu patrona o aquella mujer que seguramente si se merece una rosa. Andale regale una a la señorita que esta muy guapa. Andale. Son venderosas y no no venden rosas aunque eso lleven en las manos agrietadas de lagrimas duras, de esas lágrmas que primero salen mucho y luego ya nada. No, no vende rosas, incluso cuando eso envuelto en celofán se lleve tu acompañante en lo que te piensa y recrea en su mente como cursi, como codo, como tierno, como gaznápiro o como lo que sea que te hayas ganado por la forma de habersela dado, con todo y lo que provoca el mecanismo de la venta de las rosas entre tu y el venderosas.

Victor anda por las calles y cuando le compran rosas, nadie, insisto ya lo sé, nadie le compra rosas pese al trueque que Victor les da por los diez pesos, las personas le pagamos, así como si la abuelita piedad y la tía misericordia o el anciano amor y la cenicienta comprensión nos lo aconsejaran o quizás-tal vez la conciencia y la empatía nos lo gritara hasta abrírseles los contornos de los labios, el poder sacarnos diez pesos de la olvidadiza bolsa del pantalón para olvidarnos de Victor en lugar de ser Victor y tener que vender rosas para que no lo olviden.
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